¿Cómo sobrevivir en el chat
de mi familia a las próximas elecciones presidenciales?
Por Luisa González
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]ENSAYO[/textmarker]
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Era el 29, o el 30 de abril. O quizás ya el primero de mayo. Tras el paro en Colombia miraba de forma compulsiva el celular, las redes sociales y los chats. Esa mañana, las imágenes y mensajes narrando lo que había ocurrido en la noche en Siloé me quebró. Lloré desesperada, mientras sostenía el aparato por el que había entrado a mi casa la brutalidad policial que la gente vivía en Cali y en el país. Fueron días en los que mi vida ocurría a través del celular, pues éste me transportaba a Colombia. La mayoría de la gente acá, en este país del norte donde vivo, no entendía el duelo por el que estaba pasando. La violencia estatal y para-estatal que había despertado el Paro Nacional no era más que otra noticia espantosa sobre este mundo enfermo y en crisis. Aquellos que lo entendían, venían de experiencias como las de Egipto, Nicaragua, Indonesia, o Chile donde la represión a la protesta por parte del estado también había sido brutal. Cuando la diáspora se empezó a juntar pude de nuevo, colectivamente, habitar este territorio al que migré hace unos años.
Mi territorio, aquel en el que vivo por escogencia, está habitado por seres inconformes con el sistema neoliberal que nos heredaron nuestros padres y madres. Somos una comunidad de perdedorxs y oprimidxs que tienen por tarea constante resistir y subvertir aquel orden impuesto. Vivimos en una lucha constante contra un monstruo de muchas y largas patas que nos salen por los lugares menos esperados, y a veces hasta vienen de adentro de nosotras mismas.
Para muchos, entre éstos mi familia, soy una izquierdosa o mamerta. Las discusiones sobre mi inconformidad ante el sistema muchas veces acaban pronto y mal porque estos términos vienen a enmarcar toda una serie de dinámicas y elecciones en una narrativa a blanco y negro. Es como si el mundo político siguiera igual desde la Guerra Fría; con el neoliberalismo ganándole al comunismo y al socialismo, que siguen vivos como una amenaza que se debe erradicar. Cuando me encuentro con personas que entienden de esa manera lo que pasa en el mundo y en mi país, me alejo y me refugio en el mundo de lxs oprimidxs. Sin embargo, esto no es posible siempre. Ese es el caso de las reuniones familiares cuando saltan temas sociales y políticos, discusiones acaloradas que ahora en la era digital se han trasladado al WhatsApp.
Previo al Paro y en sus primeros días, el chat de mi familia apoyaba la protesta contra una reforma tributaria que, tras la cuarentena de casi cinco meses contra el covid-19, les afectaría aún más el bolsillo. Con emoción creí que era posible verles como aliadxs en la búsqueda de justicia social y una vida mejor para todxs. Pero cuando la protesta continuó pese a que el gobierno retiró el proyecto de reforma, y empezaron a abundar las imágenes de violencia policial ejercida contra lxs manifestantes, el chat volvió a ser el de antes. Todo estalló con furia, cuándo compartí un video de la intervención militar en Cali y el Valle el 2 de mayo. El video tiene dos voces en off, una es la del general Zapateiro que explica cómo el ejército va a recuperar lo que él llama la “cadena productiva”, y dice que lxs ciudadanxs no tienen que preocuparse, pues ellxs, el ejército, están ahí para que todo vuelva a la normalidad a través de su estrategia bélica. Una segunda voz es la de lxs protestantes, que aparece primero como texto sobre la imágen, alegando el número y el tipo de víctimas que dicha estratégia ha causado en la población. A esta segunda voz le acompañan y dan fuerza las imágenes de heridos. Al final del video, las voces de Zapateiro y la de lxs protestantes y defensorxs de derechos humanos se empiezan a cruzar. La primera continúa informando sobre su accionar, el seguimiento de una orden presidencial, mientras la segunda pide cese al fuego. Al final, la voz del militar se hace inentendible al sobreponer a ésta el sonido de los videos hechos en los puntos de resistencia, o los “bloqueos” que Zapateiro intentó levantar a bala esa noche del dos de mayo. Una de las tías en el chat de WhatsApp comentó este video diciendo: ¡Qué viva el ejército! ¡Yo amo mis instituciones! Y a mí el estómago se me revolvió, y sentí un golpe en el pecho. No podía entender cómo su respuesta frente a algo que yo veía claramente inhumano, era defender un aparato de guerra estatal ejercido contra los protestantes. La experiencia de mi tía y la mía frente a las imágenes del Paro era claramente distintas, pero tenían que convivir ahí en ese chat.
Es bien conocido cómo las redes sociales se pueden convertir en cámaras de eco, “ambientes en los cuales la opinión, el sesgo político, o las creencias de lxs usuarixs sobre un tema, se refuerza a través de las interacciones repetidas con pares y fuentes que tienen sus mismas tendencias y actitudes” (mi traducción, Cinelli et al., 2021). Las vidas digitales de mi tía y la mía transcurrían al parecer en ambientes muy distintos, pero chocaban con fuerza en ese chat de WhatsApp. Diversos estudios (Tucker et al., 2018), demuestran cómo en las redes sociales son también constantes los diálogos transversales y la exposición a diferentes fuentes. Sin embargo, el contenido con ideologías de extrema tiende a circular más y el encuentro de éstos polos se da bajo discursos de odio e irrespeto (Cinelli et al., 2021; Tucker et al., 2018). Tucker et al. llama a esto ‘polarización afectiva’, lo que, según el marco histórico que propone Iyengar et al. (2019), se produce cuando se incluyen elementos sociales, como raza y religión en las identidades políticas (134). Se generan entonces imaginarios sobre la otra persona construídos a través percepciones, que pueden ser erróneas, y basadas en elementos superficiales. La arena digital colombiana está fuertemente marcada por esta polarización afectiva, y los medios masivos no dudan en incrementarla y sacar provecho económico y político de ella. Que la gente llame a quien ve como su oponente ‘guerrillero’ o ‘paramilitar’ es una prueba de un discurso polarizador que viene desde la guerra partidista de los años cincuenta, la cual solo produjo beneficios a las élites tradicionales del país. Una de las grandes tareas hoy es sin duda acabar con esa polarización que nos divide dentro de nuestros propios hogares.
Las redes sociales, también incrementan la polarización gracias a los algoritmos con que son programadas. El internet, aunque pareciera ampliar el acceso a la información, está fuertemente limitado por estos cifrados electrónicos que cercan nuestro mundo digital a contenidos similares a los que le hemos dado ‘me gusta’ o que han retenido nuestra atención por más tiempo. Así, la tarea de salir de discursos extremistas y encontrarnos fuera la maniquea polarización atañe varios frentes, y esa tía uribista que te remueve las tripas en el chat de Whatsapp, o el cumpleaños de la abuela puede estar dándote una gran oportunidad para salir del binario.
Volvamos a ese video viral que rebosó el vaso que venía llenando el Paro Nacional en el chat de mi familia. La imagen de la fuerza pública ha sido quizás, junto con la del protestante, la que más causó sentimientos divididos en la arena digital. Pero esta división antecede al mundo electrónico y está fuertemente relacionada con la doctrina de la Seguridad Nacional con la que históricamente ha sido gobernada Colombia. Un estado en constante riesgo de ataques guerrilleros y/o de los carteles de la droga, que obligó a que las fuerzas públicas se volcaran a la defensa del sistema político en vez de a la protección de lxs ciudadanxs (González, 2020, pp. 173-174). Bajo esta Seguridad Nacional se ha puesto en marcha una de las tantas guerras sucias del cono Sur, en las que se produce una basurización simbólica de lxs cuerpos de las personas en disidencia, justificando así su eliminación (Silva Santisteban, 2008, p. 95).
Estas guerras sucias, al venir desde el discurso del poder, genera “una doctrina que es acogida no sólo por las mismas élites, sino por el conjunto de la sociedad” (Barrero Cuéllar, 2011, p. 53). Esta perversión que Barrero llamará la estética de lo atroz, se representa en la aprobación del accionar brutal y mortífero de las fuerzas armadas y de la policía (1). Bien sea convirtiendo en trofeos de guerra los cadáveres de guerrilleros y narcotraficantes, o bien en una sociedad que se hace la de la vista gorda ante la opresión y supresión de las vidas de quienes son considerados presuntos culpables. Un ejemplo reina de este aparato de basurización simbólica en acción son los 6.402 falsos positivos. Cuando el ex-presidente Uribe dijo en un discurso público sobre las víctimas que esos jóvenes “no estarían recogiendo café”, los convirtió en presuntos enemigos internos. Justificó su muerte como necesaria para el sostenimiento de la Seguridad Nacional, o “democrática” como nos lo quiso vender en aquel entonces. Así, la imagen de la policía y fuerzas armadas ha sido desde hace mucho una que genera apoyo, por parte de quienes se sienten protegidxs por estas instituciones, y rechazo por parte de las comunidades oprimidas. Comunidades históricamente protegidas u oprimidas según su raza, género, clase e identidad política.
La doctrina de la Seguridad Nacional ha sido posible gracias a la difusión que hacen de esta los medios de comunicación, quienes han puesto a las fuerzas del estado como narradoras del conflicto interno y demás hechos violentos. Y es ahí donde las imágenes que nos deja el Paro Nacional tienen una importancia. Es la primera vez en Colombia donde las personas de forma masiva registran, narran y difunden el aparato bélico estatal ejercido contra lxs ciudadanxs. Una imágen política, de protesta y testimonio, que ya venía ganando fuerza desde el Paro del 2019, principalmente con el registro de la muerte de Dilan Cruz a manos del ESMAD, y en el 2020 con la de Javier Ordoñez que produjo ataques de violencia masiva contra la policía en varias partes del país.
Las tecnologías móviles han permitido que la protesta crezca y se llene de motivos, a pesar de la fuerte censura local ーinterrupciones del internet, y las 21.675 horas de cyber-patrullaje que el gobierno confesó a la Corte Interamericana de Derechos Humanosー y global ーalgoritmos haciendo menos visible el contenido del Paro, a través del shadowban (2) y la desaparición completa de posts. También estas tecnologías han fortalecido el discurso de la seguridad nacional al poner en circulación fake-news e información falsa o incompleta sobre quiénes protestan, sus motivos, y accionar.
La imagen de la fuerza pública, principalmente la de la policía, y la de lxs protestantes ha sido un espacio único de representación popular a favor y en contra del sistema político de la seguridad nacional. Durante el Paro, a los registros de los sectores altos de Cali recibiendo como héroes un desfile de policías o el repliegue de acciones policiales para proteger las zonas donde vive la gente más privilegiada, se anteponían las imágenes de policías golpeando y deteniendo a gente en las calles, o disparando y actuando en conjunto a fuerzas para-estatales. Estos videos realizados en el marco del Paro Nacional del 2021 pueden producir indignación o aprobación según quien los vea. Encontrar un punto medio es imposible hasta que el ejercicio de “Nación” que se quiere imponer deje de hacerlo a través de la violencia, la opresión y el despojo, y la vida de todas las personas sea valorada.
Las imágenes que el Paro Nacional nos dejó son fuertes. Si bien, desde hace al menos dos décadas, con el genocidio de la UP, y la cruenta guerra en el campo televisada y narrada por el ejército, el país no veía continuamente imágenes tan violentas del acontecer político. Todo se hace aún más triste cuando sabemos que la violencia no se acerca a las imágenes que la gente ha podido hacer con sus celulares, y lo que logra sobrevivir a la censura local y global. Si bien en Colombia, la población más golpeada por la violencia de estado y proyectos económicos que éste defiende, no ha registrado y difundido todo a lo que han sido sometidas. La brecha digital en el país es enorme, y los lugares más golpeados por la violencia son los que tienen menos acceso al internet y tecnologías móviles. Tampoco ha sido registrado el asesinato sistémico de líderes sociales, lideresas, defensores de la tierra, activistas, y demás “rebeldes” peligrosos para el sistema económico-político que se defiende como Nación.
¿Cómo podemos transitar y digerir la violencia constante en el país? ¿Cómo hacerlo de forma colectiva y autónoma, lejos de los discursos maniqueos del estado y de políticas viejas que vienen a empañar el proyecto social y político que de verdad necesitamos? Derruir la polarización es un paso importante, que empieza por ser conscientes de la magnitud y dinámicas del proyecto de nación al que hemos sido sometidxs y su fuerte arraigo. En el chat de Whatsapp de mi familia, aunque se pidió saliera de ahí todo contenido político, de vez en cuando llega con urgencia un llamado de mi abuela a proteger la nación del improperio comunista, o su actualización castro-chavista. Así mismo, postean videos hiper-partidistas por ejemplo con Maria Fernanda Cabal definiendo qué son los derechos humanos. Ya no comento nada ahí, sólo voy guardando esos contenidos en mi archivo personal para la investigación de largo aliento que es entender el rol de esas imágenes en la memoria y vida cotidiana del país. Quizás algún día mis tripas no me dejen callar más y vuelva a decirles fascistas a mis tías o a mi abuela. Me retiré del grupo y decidí olvidar que hay un mundo con ideales, éticas y miedos muy distintos a los míos. Por ahora sigo ahí, y observo desde la distancia geográfica y en silencio el ambiente digital de las próximas elecciones de congreso, senado y presidencia.
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Referencias
Are, C. (2021). The Shadowban Cycle: An autoethnography of pole dancing, nudity and censorship on Instagram. Feminist Media Studies, 0(0), 1-18. https://doi.org/10.1080/14680777.2021.1928259
Barrero Cuéllar, E. (2011). Estética de lo atroz: Psicohistoria de la violencia política en Colombia : de los pájaros azules a las águilas negras (L. X. Lozano Amaya, Ed.). Corporación Cátedra
Libre Ignacio Martín-Baró Asociación Latinoamericana para la Formación y la Enseñanza de la Psicología -ALFEPSI-.
Cinelli, M., De Francisci Morales, G., Galeazzi, A., Quattrociocchi, W., & Starnini, M. (2021). The echo chamber effect on social media. Proceedings of the National Academy of Sciences, 118(9), e2023301118. https://doi.org/10.1073/pnas.2023301118
González, Y. M. (2020). Authoritarian Police in Democracy: Contested Security in Latin America. Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/9781108907330
Iyengar, S., Lelkes, Y., Levendusky, M., Malhotra, N., & Westwood, S. J. (2019). The Origins and Consequences of Affective Polarization in the United States. Annual Review of Political Science, 22(1), 129-146. https://doi.org/10.1146/annurev-polisci-051117-073034
Silva Santisteban, R. (2008). El factor asco: Basurización simbólica y discursos autoritarios en el Perú contemporáneo. Universidad del Pacífico, Instituto de Estudios Peruanos-IEP.
Tucker, J. A., Guess, A., Barbera, P., Vaccari, C., Siegel, A., Sanovich, S., Stukal, D., & Nyhan, B. (2018). Social Media, Political Polarization, and Political Disinformation: A Review of the Scientific Literature (SSRN Scholarly Paper ID 3144139). Social Science Research Network. https://doi.org/10.2139/ssrn.3144139
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Luisa Gonzalez
Candidata a doctorado del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Ámsterdam. Magíster en Estudios Cinematográficos de la misma universidad, y Comunicadora Social de la Universidad del Valle. https://luisagonzalez.hotglue.me/
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1 Debemos aquí también sumar la aprobación de la limpieza social ejercida por policías vestidos de civil, y ciudadanxs como los vimos en el Paro Nacional con los ciudadanos de bien. Fuerzas para-estatales que surgen en apoyo a la doctrina de la Seguridad Nacional, y como una acción cívica de auto-defensa ante unas fuerzas armadas que ven inoperantes (Barrero Cuéllar, 2011, pp. 35-36; González, 2020, p. 175). 2 Esta práctica de censura consiste en hacer determinado contenido menos visible sin una clara explicación. Ha sido notoriamente ejercido contra las comunidades LGTBI Q+, afro y mujeres. Recomiendo para su compresión el artículo Are, C. (2021). The Shadowban Cycle: An autoethnography of pole dancing, nudity and censorship on Instagram. Feminist Media Studies, 0(0), 1-18. https://doi.org/10.1080/14680777.2021.1928259.
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