Flores del Valle: la ciudad moderna
Por María Andrea Díaz
Egresada de la Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]INVESTIGACIÓN[/textmarker]
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Se ha señalado en varias ocasiones el papel desarrollado por el cine en la construcción de relatos de identidad asociados a la consolidación de los Estados- nación. Durante las primeras décadas del siglo XX, algunos países como Rusia, Alemania, Italia e incluso México en Latinoamérica, hicieron uso de las imágenes en movimiento para organizar discursos de identidad y nación que pudieran servir como referentes estables a sus ciudadanos. Recordemos que la mayor parte de estos países se encontraban en periodos de posrevolución, o bien en procesos de reconstrucción o agitación política cuando se plantearon la empresa de hacer un cine propio.
Aunque estos proyectos de cinematografías nacionales estuvieron motivados por distintos intereses, todos ellos tuvieron la relativa fortuna de contar en su momento con un gran respaldo político o económico, ya fuera de los gobiernos o de las nuevas clases sociales con capacidad económica de inversión. Un aspecto que posibilitó no sólo la profesionalización del oficio de hacer cine en estos contextos, sino una extendida diseminación de referentes visuales entre los pobladores de los nacientes Estados. Para los grupos interesados en tal empresa, el cine nacional debía verse principalmente en su lugar de origen, aunque algunas cinematografías se interesaron también en los extramuros por sus posibilidades comerciales.
En el caso específico de Colombia, si bien hubo unos pocos pequeños empresarios a comienzos del siglo XX, principalmente extranjeros, que se interesaron en la empresa de hacer cine nacional, las nuevas clases dirigentes del país no vieron en este el mismo potencial modernizador. En cambio prefirieron dirigir sus esfuerzos a la creación de otras empresas económicas aparentemente más estables, así como a la transformación urbanística de las ciudades en donde se asentaban, como símbolo de progreso y desarrollo económico. Si en México el cine participó en la construcción de relatos y discursos sobre identidad, nación y modernidad desde principios del siglo XX, en Colombia o al menos en sus principales ciudades, ese papel parece haber sido desarrollado de manera más efectiva, por la arquitectura: la cual además de haber sido blanco de inversión en varias oportunidades, no ha dejado de reinventarse de manera ecléctica en el transcurso del siglo XX y XXI en su búsqueda por consolidar referentes identitarios como el de una nación a la “vanguardia”, dispuesta a la apertura económica y al progreso material.
Estas diferencias históricas, entre otras, han llevado a países como Colombia y a México por caminos muy distintos, especialmente a nivel cultural. No obstante, pese a que la cinematografía colombiana sigue siendo más bien incipiente en relación a la de otros países latinoamericanos, es posible establecer en su repertorio algunas relaciones entre cine y ciudad, si observamos de manera atenta no sólo los paisajes culturales registrados o representados en las películas, sino los relatos que se desarrollan en esos espacios urbanos filmados y con qué propósitos.
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A las puertas de la modernidad
De acuerdo con Beatriz Castro Carvajal (2012), en el siglo XIX el 90% de la población colombiana vivía en las zonas rurales del país. El porcentaje restante estaba concentrado en Bogotá, ciudad capital de Colombia y otras localidades de menor tamaño como Medellín, Popayán, Cali, Socorro y Barranquilla. Con el paulatino poblamiento de nuevas tierras baldías y la posterior activación económica de poblaciones intermedias a través de la explotación de materias primas para consumo y exportación, una nueva clase social interesada en los negocios comenzó a gestarse y a crecer en diferentes puntos del país: la burguesía. (Mejía Pavony, 2013, pág. 197).
Este particular crecimiento económico en Colombia, junto a otros procesos político-económicos coyunturales, proporcionó suficiente capital para que las nuevas élites locales invirtieran en infraestructura no sólo al interior de las ciudades, sino en sus alrededores. En su libro La aventura urbana de América Latina (2013), Germán Mejía Pavony comenta que estos proyectos de renovación urbanística y desarrollo económico no fueron, sin embargo, algo exclusivo de Colombia; sino que estuvieron fuertemente influenciados por el proceso de independencia continental, así como por una idea de prosperidad que se tenía en América Latina de los países europeos industrializados y de Estados Unidos. Avergonzadas del aspecto colonial y las edificaciones de madera de implantación española que aún conservaban algunas ciudades latinoamericanas – entre ellas las ciudades colombianas -, las nuevas clases dirigentes se embarcaron en la empresa de transformarlas para convertirlas en símbolos de un nuevo Estado independiente que se abría paso hacia la modernidad. De esta manera, se introdujeron a la arquitectura latinoamericana otros materiales complementarios de construcción como el cemento, las láminas de metal y el yeso, con propósitos no sólo técnicos sino simbólicos.
Con este proyecto de remodelación urbanística y la consolidación de diferentes empresas, la demanda de trabajadores y la oferta de puestos de empleo aumentó considerablemente en las ciudades, intensificándose así un proceso de migración de personas que venían del campo en busca de un futuro prometedor.
En la ciudad de Cali, la tercera más grande de Colombia, este contexto de crecimiento económico impulsado principalmente por el desarrollo de fábricas textiles y sectores dedicados a la caña de azúcar, propició además de la transformación de la ciudad y las llegada de miles de campesinos, la migración de algunos pocos extranjeros interesados en la empresa del cine: uno de ellos, Máximo Calvo Olmedo, director del primer largometraje silente de ficción colombiano, María (1921), y de la primera película colombiana con sonido sincronizado: Flores del Valle (1941).
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Máximo Calvo nació en España en 1886, aunque desde muy joven se radicó en Panamá. Varios años después se trasladó a Cali para filmar María, su primera película de ficción basada en la novela del escritor colombiano Jorge Isaacs. A diferencia de esta, la cual a pesar de su éxito comercial no fue preservada adecuadamente posterior a su estreno (1), Flores del Valle sí fue conservada, aunque tuvo que enfrentar grandes dificultades para su distribución nacional debido a las políticas de las empresas que controlaban la exhibición cinematográfica en Colombia en ese momento. En una entrevista realizada a Máximo Calvo publicada en Crónicas Colombianas 1897 – 1950 (1981), el historiador y crítico de cine Hernando Salcedo Silva le preguntó al realizador español radicado en Cali cuál creía era que era la causa del poco desarrollo del cine en Colombia, ante lo cual este respondió:
El cine nacional no ha surgido porque involuntariamente lo atajan los empresarios exhibidores, presionados por los distribuidores de películas extranjeras. Y si usted quiere un ejemplo patético, se lo voy a dar: la película Flores del Valle. Después de haber sido elogiada por la prensa del occidente colombiano y los periódicos de Bogotá El Tiempo y El Siglo, tal como dije antes, en su exhibición en el teatro Faenza de Bogotá, ocurrió lo siguiente: el administrador del teatro le dijo a mi agente, don Tulio Concha: «Exhibimos la película en un preestreno; si gusta y el público la aplaude, la programamos para los ocho días» (…) Fue aplaudida desde el principio hasta el final, de lo que fuimos testigos junto con el autor de Guabina chiquinquireña y otros amigos . Al día siguiente el administrador del teatro, cuando abrió su oficina, en presencia mía le dijo a don Tulio, mi agente: «La película fue muy aplaudida. El Tiempo ha publicado un comentario poniéndola por encima de muchas películas mexicanas; vénganse entre las once y las doce para hacer la programación». De acuerdo con esta promesa nos presentamos a las once y media y el administrador dijo: “Caray, ¿cómo les parece? No podemos exhibir más la película, porque acaba de efectuarse una reunión de exhibidores y distribuidores, y el señor Jaramillo, distribuidor de las películas mexicanas, amenazó que al teatro que exhibiera esa película no lo surtiría más con películas mexicanas, basándose en un compromiso que tenemos de no propasamos en la propaganda, de x pulgadas en los periódicos”. Fuimos a otros teatros y nos dijeron lo mismo.
Esta situación interpretada por Máximo Calvo como el síntoma de un ethos moderno, más preocupado por salvaguardar los intereses de las empresas privadas locales al servicio de empresas extranjeras, que por fortalecer la producción de cine nacional y hasta cierta medida, el sentido de lo público, lo debilitó económica y anímicamente como realizador. Llama la atención como estos problemas identificados hoy plenamente con la llegada de la modernidad y el florecimiento del capitalismo en América Latina, fueron explorados por Máximo Calvo en Flores del Valle, incluso antes de sus fracasos comerciales con esta, y la tercera y última película que dirigiría unos años después: Castigo del fanfarrón (1945), cuyo estreno fue postergado de manera definitiva y a partir del cual, Máximo Calvo, quién había invertido buena parte de su vida y dinero en la empresa de hacer cine en Colombia, se dedicó a la realización de películas institucionales.
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Cali: la ciudad moderna
Flores del Valle narra la historia de una joven del campo, hija de un próspero hacendado de la región. La joven, huérfana de madre, un día es enviada junto a su hermana a Cali para ser presentada en sociedad, lo que significa tener la oportunidad de socializar por primera vez como señorita, con personas de la élite local. En esta película, Máximo Calvo construye el relato de una Cali moderna, a través de las imágenes de amplias calles con alumbrado público, edificios imponentes de aspecto europeo y suntuosos carros, en un momento donde la ciudad se encontraba en pleno crecimiento económico y poblacional. Adicionalmente, se muestran imágenes de decenares de niños jugando en el parque, como símbolo del futuro de una ciudad que se sabía en expansión. Estas imágenes de los niños jugando, son presentadas en la película mientras la joven protagonista sostiene una acartonada discusión con su pretendiente sentimental, sobre la superioridad moral de la vida en el campo, en oposición a la frialdad de la vida en la ciudad. En la escena, el pretendiente de la joven le dice que está enamorado de ella y quiere convencerla de que se quede con él en Cali, pues la vida en el campo es melancólica y aburrida. La joven se resiste a la idea apelando a la impureza del aire y al mal efecto de la ciudad sobre los nervios. Esta conversación, aunque ingenua, da cuenta de una noción de ciudad que ha permanecido presente durante varios siglos en el pensamiento occidental, en la que es concebida como un lugar sucio, artificial, asociado al caos y a las enfermedades mentales y físicas. Una noción rastreable en la literatura de varios siglos y por supuesto en el cine, que algunos autores han relacionado al devastador efecto que tuvo la Peste Negra, especialmente sobre las ciudades europeas de la Edad Media: una pandemia que dadas las bajas condiciones de salubridad de las ciudades y sus habitantes, cobró la vida de un estimado de veinticinco millones de personas en Europa.
Así mismo, esta noción de ciudad como un lugar indeseable, deja al descubierto dos actitudes que operan como antagonistas en la película: la primera, como señala Germán Mejía Pavony (2013) a propósito del asenso de la ciudad burguesa en América Latina, la presunción moderna de que el único desarrollo posible es el urbanismo europeo y el capitalismo; y la segunda, la idea de que todos los malestares de la cultura pueden tener un feliz desenlace en la vida retirada del campo. Es decir, en la rutina, la vida familiar, las costumbres castas, el trabajo arduo de la tierra y la contemplación.
De acuerdo con el docente Manuel Silva, en su artículo La identidad nacional como producción discursiva y su relación con el cine de ficción (2011), buena parte de las primeras producciones cinematográficas realizadas en Colombia, estuvieron fuertemente influenciadas por la literatura colombiana del siglo XIX, especialmente en relación a los temas que se escogían para filmar. Según el autor:
Estas películas incluyen elementos marcadamente “costumbristas” al mostrar los hábitos y la vida diaria de las sociedades que representan, lo que evidencia una importante influencia de la literatura del siglo XIX. Tal vez otro termino para describirlas sería el de representaciones “naturalistas”, en el sentido en que pretenden mostrar escenas de la vida ordinaria en el contexto en el ocurren y con una alta preocupación por documentar lo que le ocurría a personas reales en su vida cotidiana. (Silva, 2011, pág. 22)
Esto, aunque basado en la observación de películas anteriores a Flores del Valle, principalmente de carácter documental, es posible ponerlo en relación con la película de Máximo Calvo, si prestamos atención al discurso “naturalista” de la protagonista, quién gusta de la poesía y del folclore colombiano de origen campesino, pero que se mofa especialmente de las mujeres que conoce en la ciudad, llenas de maquillaje y otros artificios, inmorales a su criterio.
Este fuerte señalamiento de parte de la protagonista, tiene lugar durante la fiesta en la que es presentada en sociedad, en respuesta a las burlas que recibe de algunas mujeres, por su aspecto provinciano y su personalidad. Por supuesto, a la luz de teorías contemporáneas sobre género y estética, esta supuesta superioridad moral naturalista, también es de algún modo falsa. O al menos tan artificial como las cejas postizas de una de estas mujeres de sociedad que se convierte en el blanco de blanco de críticas de la joven campesina, pero que por otro lado, recuerda mucho estéticamente al personaje de Divine de la película Pink Flamingos (1972), hoy considerado no sólo como uno de los más controversiales íconos del feminismo, sino como una de las drag queen más importantes del mundo underground.
No obstante, es interesante observar cómo estas diversas posturas sobre lo bello y lo verdadero dejan en evidencia una serie de tensiones políticas, económicas y culturales que siguen teniendo lugar en la sociedad colombiana, todavía ensombrecida por el problema de la distinción y la exclusión del otro con fines políticos pero perversos. Si en Flores del Valle, las mujeres de la ciudad se reían de la campesina y viceversa, lo mismo ocurre hoy entre mujeres y hombres de diversos grupos que proyectan en el otro la ideología que los agobia o que no es de su agrado. Hay sin embargo, un aspecto rescatable en el discurso de la joven campesina, que merece nuestra atención en este repaso de la película como una forma posible de rastrear las transformaciones de la ciudad: esto es, la crítica a las implicaciones ético-económicas de la modernidad.
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Flores del Valle: una crítica a la modernidad
Existe dentro de la historia audiovisual caleña, si revisamos tanto las películas de ficción como los documentales, una fuerte tendencia a pensar la ciudad a partir de una diversidad de conflictos identificados con la llegada de la modernidad al país. Aunque algunos autores como Camilo Tamayo (2006) han señalado que la modernidad como suceso histórico y proyecto político, ha tenido unos desarrollos particulares en Colombia, sustancialmente diferentes a los de países europeos, son varias las películas producidas en Cali que se han interesado en ella como un proyecto distópico; o bien como un proceso todavía en desarrollo, donde varias tensiones están aún por resolverse.
Llama la atención cómo estas películas interesadas en la modernidad como problema, y cuyo abordaje temático ha ido desde las migraciones rurales hasta el narcotráfico, han identificado principalmente en el liberalismo económico la causa de la corrosión del carácter y la degradación humana. Un aspecto también importante en la construcción de la trama de la película Flores del Valle, donde el capitalismo basado en las relaciones de competencia, la exclusión y el prestigio social sustentando en el éxito económico, es representado por la nueva élite de la ciudad impulsadora del progreso económico de Cali, por esos días.
Esta visión de modernidad despiadada por su aspecto político-económico, es compartida también por otras películas contemporáneas que sospecharon conexiones problemáticas entre el surgimiento de la nueva burguesía, el desarrollo del capitalismo y la estratificación social con rezagos coloniales. Algunos ejemplos de esto son el documental Oiga, Vea (1971) de Luis Ospina y Carlos Mayolo, sobre lo que ocurrió durante la celebración de los Juegos Panamericanos en Cali; Calicalabozo (1997) un experimental dirigido por Jorge Navas, basado en fragmentos de la obra literaria de Andrés Caicedo; y por último, aunque interesado en estos aspectos de manera secundaria, Los Hongos (2014): la última película de Oscar Ruiz Navia.
No obstante, a diferencia de la película Los Hongos, cuya motivación principal parecía ser la visibilización de vías imaginarias o alternativas de construcción de colectividad y ciudadanía, estas otras películas mencionadas, incluyendo Flores del Valle, se contentaron con sospechar de la modernidad sin proponer nuevas ideas de otro urbanismo posible. En el caso de Flores del Valle, al final de la película cuando la joven campesina va a juicio acusada por delitos de calumnia e injuria contra las mujeres que asistieron a la fiesta, se sugiere el retorno al campo como la única solución a los problemas citadinos, luego de un aburrido discurso sobre la inmoralidad de la vida en la ciudad. Una situación que por otro lado, no se corresponde con la dimensión actual de muchas ciudades de América Latina, las cuales de acuerdo a Germán Mejía Pavony (2013), albergan aproximadamente un 80% de la población en cada país (2). En este sentido, tanto el cine local como el de otros países latinoamericanos parece tener un gran desafío en su abordaje de la ciudad, donde además de diversos conflictos tienen lugar procesos y transformaciones económico-culturales, en un gesto espontáneo por encontrar diversos caminos hacia otras ciudades posibles.
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María Andrea Díaz Miranda
Webmaster de la Revista Visaje, estudiante y cinéfila. Egresada de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Valle.
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Referencias
CASTRO CARVAJAL, Beatriz. Colombia La construcción nacional. Capitulo 5. Población y Sociedad. 183 – 225. Fundación MAPFRE y Santillana Ediciones Generales, S.L., en coedición. Madrid. España. 2012
MEJÍA PAVONY, Germán. La aventura urbana de América Latina. Fundación MAPFRE y Santillana Ediciones Generales, S.L., en coedición. Madrid. España. 2013
MONTAÑO, Carolina. ORTIZ, Heinar. Análisis de elementos narrativos, estilísticos y de contexto recurrentes en el cine caleño. Tres películas en tres épocas: “Flores del Valle” de Máximo Calvo, “Pura Sangre” de Luis Ospina y “El Rey” de Antonio Dorado. Cali. Universidad Autónoma de Occidente. 2012. Disponible en Internet:
http://bdigital.uao.edu.co/bitstream/10614/3456/1/TCS01140.pdf
SALCEDO, Hernando. Crónicas del Cine colombiano 1897-1950. Bogotá. Carlos Valencia Editores. 1981. Disponible en internet:
http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/croci/croci02.htm
SILVA, Manuel. La identidad nacional como producción discursiva y su relación con el cine de ficcion. Revista Nexus No. 9 (2011): 06 – 31. Cali. Universidad del Valle Disponible en internet: http://hdl.handle.net/10893/4855
TAMAYO, Camilo. “Hacia una arqueología de nuestra imagen: cine y modernidad en Colombia” en Revista Signo y Pensamiento 48. Volumen XXV (2006): 39 – 53 Disponible en internet: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=86004803
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1 Solo se conservan 25 segundos de la película de un total de 180 minutos de duración original 2 cifra estimada