Por Valentina Marulanda
Comité Editorial Revista Visaje
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑA[/textmarker]
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Texto escrito para el ciclo de sexo y erotismo en el cine y audiovisual colombiano
organizado por Revista Visaje con el apoyo de la Cinemateca de la Universidad del Valle*
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En un pueblo cálido, religioso y conservador del Valle, se ha cometido un sacrilegio: la iglesia ha sido profanada, a la estatua de la virgen se le han robado la corona y el collar de oro que la adornaban y la han vestido con lencería femenina. Como es de esperarse, el pueblo está indignado y se debe dar inicio a una investigación para conocer a los culpables de tal atrocidad. Con una cacería de brujas en la que comienzan a acusarse sin pruebas posibles sospechosos, como el hippie que dormía en el parque o el revolucionario del pueblo, empezamos a conocer a los particulares habitantes que conviven en este lugar: un fotógrafo mujeriego pero sensato y de ideas liberales; el cura bondadoso, un cacique potencialmente peligroso; una mujer adinerada de inusuales costumbres; un policía inepto y petulante; un peluquero chismoso; una muchacha provocadora y de vida licenciosa, y una joven tímida y virginal.
Con esta trama, Luis Alfredo Sánchez aborda a través de la de comedia picaresca y cliché – pero no menos audaz – el erotismo, el deseo, la sensualidad, la rebeldía y la doble moral en un pueblo colombiano. Siguiendo los pasos del fotógrafo, personaje principal, nos percatamos de que tiene una notoria importancia el acto de mirar como forma de explorar el deseo, la lujuria y la seducción. Por un lado, mediante la mirada y los acercamientos del protagonista a los cuerpos de sus amantes, principalmente al encarnado por Amparo Grisales, la película nos muestra su rostro, su cuerpo desnudo o posando y su sinuoso andar, como la representación del placer carnal, seductor e irresistible. Grisales interpreta una prostituta del pueblo, amante y modelo del fotógrafo; y fue gracias a este personaje que alcanzó la fama y se convertiría durante mucho tiempo en el mayor símbolo sexual del país.
También dan cuenta de un deseo latente la mirada del cura a las piernas de unas señoritas, o su encuentro accidental con una pareja que juguetea en un baño. Pero los hombres no son los únicos que manifiestan su deseo. El personaje de la mujer adinerada, en complicidad con el fotógrafo, alimenta sus fantasías pidiéndole a éste que capture con su cámara sus encuentros con los médicos que van a atenderla por cuestiones de salud; y su empleada, “la otra virgen del pueblo”, en quien el fotógrafo se ha fijado, también disfruta de los toqueteos y dejarse seducir por este.
El fotógrafo se oculta detrás de la cámara, pero gracias a su mirada, su ideología política y su quehacer, nos introduce en los universos de los personajes y conocemos su vanidad, sus verdaderos comportamientos, sus deseos y secretos. También mediante su trabajo es que terminará captando las pruebas que serán la base para esclarecer el robo a la virgen, comprometiendo a más de uno que se presumía inocente.
Un robo, una estatua de la virgen en ropa interior, un cura libertino, desnudos, discusiones sobre política en burdeles, una aristócrata fetichista, un par de coronaciones y una fiesta gay, hacen pues de La virgen y el fotógrafo una divertida película en la que, si bien hay una mirada predominantemente machista sobre el cuerpo de la mujer, también representa un avance en cuanto a las narrativas planteadas en el cine colombiano en la década de 1980, sobre el cuerpo, el amor, el erotismo y la sexualidad.
Valentina Marulanda
Comunicadora Social de la Universidad del Valle. Miembro del Comité editorial de Revista Visaje.