Una identidad problemática:
Reflexiones sobre Pelo Malo (2013) de Mariana Rondón
Por Valentina Marulanda Ospina
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]INVESTIGACIÓN[/textmarker]
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Junior es un niño de nueve años, trigueño y de cabello rizado. Está próximo a entrar a la escuela y como requisito, le han pedido llevar una fotografía suya. Para ello, él ha pensado que quiere alisarse el pelo y vestirse como un cantante. En su mente infantil Junior no se imagina que este deseo le traerá grandes problemas con Marta, su madre, una mujer viuda, cabeza de hogar y desempleada de un barrio popular de Caracas, Venezuela. Esta es la trama de Pelo Malo (2013), una película venezolana de Mariana Rondón exhibida en más de 36 países y ganadora de más de 40 premios internacionales, que aún hoy sigue siendo objeto de discusiones y análisis tanto en espacios académicos como en entornos cinematográficos.
El pasado 30 de octubre de 2015, por ejemplo, en la Universidad de Guadalajara (México) tuvo lugar una conferencia a cargo de la maestra Eloísa Rivera (1), llamada “La construcción de género en el cine: el caso de Pelo Malo (2013) de Mariana Rondón”. En ésta, la conferencista abordó mediante una selección específica de escenas, algunos temas que dejaron en evidencia la pertinencia de la película no solo como producto cinematográfico, sino como narrativa cultural que dialoga, interroga y alude a la sociedad. Los temas abordados por la conferencista fueron: la «construcción de género», analizada a través de escenas de la película en donde se hacía explicito mediante acciones o discursos cómo «deben ser» hombres o mujeres; «estereotipos de género”, presentados a partir situaciones en donde se evidenciaban relaciones mediadas por éstos; y por último «violencias de género», abordado a través de escenas en las que se mostraban tratos bruscos, gestos de dureza o bien, tensiones entre los personajes.
Como narrativa cultural, además de lo planteado en la conferencia, Pelo Malo toca de forma paralela varios asuntos: la familia, la infancia, el racismo, la cultura popular, y quizá de manera tangencial pero latente, una situación social, política y económica de una sociedad venezolana patriarcal, polarizada y fragmentada en la que la tensión, la hostilidad, la pobreza y la violencia se perciben a cada instante. El film discurre entonces por dos senderos paralelos: el drama doméstico y el duro contexto social, siempre dando la sensación de que el primero es un reflejo natural del segundo (Calvo; 2014). No obstante, la película no cae nunca en la denuncia desde una corrección política escandalizada. Más bien da cuenta de los prejuicios de un contexto específico y de lo difícil que es construirse una identidad propia desde la diferencia.
La primera escena que nos introduce a Junior, muestra a un niño delgado de apariencia frágil que quiere ayudarle a su madre a lavar una tina en la casa en que ésta se encuentra trabajando como empleada del servicio. Ante la advertencia de su madre de no mojarse la ropa, Junior se desviste y en ropa interior se introduce en la tina llena de agua. Comienza a hacer su trabajo, pero de un momento a otro, como si una voz le susurrara al oído que disfrutara el momento, él deja de limpiar y se introduce en el agua. El niño se sumerge y por un momento, con un sutil movimiento de cabeza, parece como si fantaseara con un cabello lacio y largo. Este momento de intimidad y sensualidad se ve interrumpido por la mirada adulta. La propietaria de la casa rompe con esa breve ensoñación, aparece la madre y Junior se ve obligado a volver a una realidad regulada por su ésta, quién más adelante en la película, sabremos que no lo comprende ni lo protege. De aquí en adelante, veremos una permanente relación de tensión entre el niño y el pesonaje de Marta. Este primer acercamiento, quizá no de forma premeditada, permite intuir al espectador que el cuerpo de ese niño mestizo de cabello rizado se configurará como el vehículo a través del cual se elabora el discurso fílmico. A través de esa frágil corporalidad, se materializarán los deseos, las violencias, los estereotipos, los temores y los ideales de una familia, en últimas disfuncional, de una sociedad descompuesta y de un sistema económico, político y cultural en crisis.
En una entrevista a Mariana Rondón realizada para el Diario El País de España (García; Belinchón, 2013) donde el film resultó ganador en el Festival de Cine de San Sebastián, la directora de la película dice, explicando sus motivaciones, que esta película surgió de una sensación “de dolor y ahogo”:
“Llevo mucho tiempo asfixiada por esos pequeños gestos, por esas cosas que pasan en la vida diaria venezolana, cómo el contexto social se ha metido en las familias, los amigos, creando una pequeña violencia que puede parecer chiquita, pero que suma y suma… Es una película contra la intolerancia, que apoya las pequeñas rebeldías. No sé si quedó claro en la pantalla todo lo pesimista que soy, y si dejé alguna rendija a la esperanza”.
Si bien es cierto que en la película, Rondón evita el trazo grueso y prefiere concentrarse en la violencia de la mirada, del gesto, en esos detalles sutiles, aparentemente banales, cuando pensamos en el contexto nacional/cultural en el que se desarrolla la película, estos adquieren una significación y un alcance insospechado.
Desde el inicio, obtenemos breves pero contundentes imágenes de esos pequeños gestos o micro-violencias dentro de las familias y los amigos, y las luchas cotidianas mencionadas por Rondón. En una secuencia, por ejemplo, que transcurrre cuando la familia se prepara para desayunar, Junior acomoda la mesa meticulosamente y organiza los platos y cubiertos de una forma tal vez poco habitual para un niño de su edad. Unos segundos después, la madre de Junior llega hasta la mesa con un plato en una mano y el hermano menor de Junior en otra. Al ver la mesa tan ordenada, Marta duda en donde colocar el plato, así que Junior le indica un lugar y ella obedece. En esta secuencia, mientras la madre produce un pequeño caos tratando de alimentar al bebé, Junior con movimientos pausados pero precisos, consume sus alimentos, ante lo cual, Marta le reclama con rudeza por su lentitud. Minutos después, vemos una secuencia en la que unos niños bailan y Junior observa. Mientras los niños hacen pasos de baile acrobáticos y de una gran destreza, Junior decide cerrar los ojos, extender sus brazos y dejarse llevar por el ritmo de la música. Su madre lo observa con expresión de enfado. Junior, que no aún no ha advertido la presencia de su madre, es alertado por su mejor amiga, que sí ha notado su mirada reprobatoria. El resultado de la escena es la autocensura. Cuando Junior descubre a su madre observándolo, se asuta y deja de bailar.
En una de las escenas más desmoralizadoras de la película, Marta aprovecha una situación de juego con su hijo para reprenderlo violentamente y recriminarle su forma de bailar. Este es quizá el momento en el que se evidencia por primera vez en el film de manera explícita, la fuerte molestia que le generan las actitudes delicadas o “femeninas” de Junior. Marta es una mujer joven desempleada, viuda y madre de dos hijos, que básicamente ejerce con su hijo mayor, la violencia que la sociedad ejerce contra ella. En una escena de la película, ella asiste a una entrevista de trabajo en la que el jefe le explica las condiciones: “sueldo mínimo, no hay contrato, no hay prestaciones, y no nos hacemos responsables por algún accidente laboral”. Ante este anuncio, la mujer pregunta: “¿y si me disparan?”. El empleador no entiende la pregunta. Marta aclara que está interesada en el puesto de vigilante, pues tiene experiencia en el servicio. No obstante, el hombre, sin más, da por terminada la entrevista afirmando que lo que están buscando es solamente alguien que limpie. No hace falta que sea explícita en esta situación la idea de que ella (¿por ser mujer?) no sirve para el puesto de vigilante.
La subalternidad de los protagonistas, “debe pensarse acompañada del hecho de que estos dos personajes son testigos de una violencia que no pueden denunciar (…) Y no se trata solo de la violencia doméstica sino también a la violencia urbana, la marginalidad y su sin salida” (Forcinito, 2008, p. 60). En el núcleo familiar de Junior, ante unas figuras masculinas ausentes (no hay presencia de otros hombres con parentesco y el padre de Junior fue asesinado), son las mujeres quienes repiten e infunden comportamientos machistas y naturalizan la violencia doméstica. Esto hace de la madre un personaje vital en el desarrollo de la trama del film, pues es sobre la que recae la autoridad y responsabilidad de una familia; pero también es en ella, una mujer de escasos recursos, en una sociedad machista, en quien que se ve representada la dureza y la violencia de una realidad social; ella encarna la metáfora de la represión y la intolerancia del contexto sociopolítico. Sobre este personaje, la realizadora Mariana Rondón explicaba:
Ella no tiene miedo de que su hijo sea homosexual; ella tiene miedo de que no sea heterosexual. Quiere ayudarlo y no quiere que su hijo vaya a un mundo que lo destruya. Ella, en medio de toda su ignorancia, quiere protegerlo. En Latinoamérica reina el matriarcado, así que son las mujeres las culpables en mayor parte del machismo” (…) Pelo malo habla de esas violencias y enfrentamientos de todos los días en las familias, en las calles, en los susurros que marcan un pensar diferente, no enemigo: sólo eso, pura y simple diferencia (Civale, 2013).
.En la película, vemos a Marta constantemente en planos exteriores, recorriendo las calles del centro de Caracas buscando empleo o visitando su antiguo lugar de trabajo tratando, infructuosamente, de recuperar su puesto como vigilante. A pesar de ser la única figura parental para Junior, Marta tiene pocas demostraciones de afecto con él y siempre tiene una expresión severa en su rostro, le habla duramente, argumentando que “debe darle ejemplo” y le reprocha cada acto. A diferencia del trato que recibe Junior, su hermano, el bebé, recibe todos los gestos de cariño y en varias escenas vemos cómo Marta se dirige a este hablándole dulcemente, alimentándolo y acariciándolo. Una de las virtudes del filme es la exploración que hace de ese ámbito difícil de ventilar que es el de la sexualidad entre los miembros de la familia, la cual se manifiesta, entre otras, en la relación de la madre y su bebé (Gamba, 2014).
Igualmente, el racismo parece ser aquí también un tema perpendicular a toda la trama. Junior ve en su pelo un problema, y dice tener el pelo malo porque es crespo. Su ideal de belleza se materializa en tener el pelo liso, y si bien su madre no dice nada al respecto, llama la atención la preferencia de esta por el hijo menor “que es más blanquito”. Sobre esto vale la pena preguntarse ¿cómo es que un niño de tan corta edad como Junior ya tiene interiorizadas estas creencias culturales? ¿por qué el pelo rizado es considerado pelo malo y el pelo lacio es más deseable? Si bien se trata de una problemática que nunca es enunciada de una manera explícita en la película, también es cierto que el racismo es un problema soterrado en la cultura de muchos países latinoamericanos, todavía presente quizá como rezago de la conquista y del lugar social que ocuparon por muchos siglos las personas afrodescendientes, primero como esclavos y luego como individuos relegados políticamente. Ante esto, Rondón menciona:
“Pelo malo es la forma como los venezolanos llaman a quienes tienen el pelo crespo. Es más bien despectivo y me asombra cómo una expresión que es tan peyorativa se volvió tan cotidiana. Y cómo, después del petróleo, el segundo negocio más lucrativo de este país es el alisado de cabello” (Martin, 2015).
En este sentido, es interesante cómo la película aborda un racismo que se manifiesta a partir de frases cotidianas y en unas prácticas de belleza que Junior quiere implementar sobre sí mismo, en las cuales la discriminación se asoma de manera velada. Es un racismo heredado, casi imperceptible; una construcción cultural incuestionada, que ha sido transmitida de generación en generación, en donde se han perpetuado una variedad de creencias, usos y prácticas corporales, hasta el punto de hacerlas casi invisibles, lo que precisamente lo hace tan peligroso. En la película, la niña amiga de Junior, en reiteradas ocasiones hace comentarios sobre el pelo del protagonista; del que también en una escena se burlan unos niños vecinos. Adicionalmente llama la atención como en otras escenas, Junior es tildado también de negro por su piel y porque en comparación con su hermanito y su madre, posee un tono de piel más oscuro. Aunque nunca nos damos cuenta exactamente de dónde proviene el deseo de Junior por alisarse el cabello y de vestirse como cantante, por las burlas y comentarios que recibe y por el entorno hostil en el que se desenvuelve es comprensible su obstinación por verse diferente, como un cantante y con el pelo liso.
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Identidades reguladas
Junior pasa sus horas con su amiga, la niña, con quien juega, conversa y ve reinados de belleza. Ella también se está preparando para la foto del colegio, pero quiere verse como una “miss” (2) . En una secuencia, Junior y su amiga van a averiguar por la fotografía para el colegio; después de que la niña aclara que la quiere con tacones, un vestido y una corona, el fotógrafo se dirige a Junior y le dice que a él lo vestirá como teniente coronel. En ese momento la cámara enfoca una fotografía de un niño negro, vestido como militar y sosteniendo un fusil. En esta pequeña secuencia construida a partir de situaciones mínimas, Rondón pone en escena una situación elemental en la que los estereotipos de género se manifiestan: el niño debe ser soldado, la niña debe ser reina. De esta manera el país que se retrata en Pelo Malo, es uno que ha mitificado a través de la política y los medios la figura del militar. Rondón nos habla de una sociedad cegada por el personalismo político cuando observamos, por ejemplo, las imágenes en los noticieros, de personas rapándose del cabello en honor del presidente de Venezuela en aquel momento, el comandante Hugo Chávez, todavía vivo, pero en un grave estado de salud debido a un cáncer. Los noticieros que ven los adultos en la película, legitiman no solo un ideal de masculinidad, sino que también dan cuenta de la violencia que ha terminado menoscabando cada rincón de la vida social, desestabilizando y removiendo incluso los cimientos de las relaciones intrafamiliares y personales. En una de las escenas, por ejemplo, escuchamos la noticia de un hombre que ha asesinado a su madre como un sacrificio para acelerar de la recuperación “del comandante”.
En su libro Cuerpos que importan, Judith Butler (2002) se interroga si hay algún modo de vincular la cuestión de la materialidad del cuerpo con la performatividad del género. Indaga también sobre qué lugar ocupa la categoría del «sexo» en semejante relación y a partir de estas preguntas, plantea que la diferencia sexual se invoca frecuentemente como una cuestión de diferencias materiales y manifiesta que “la diferencia sexual nunca es sencillamente una función de diferencias materiales que no estén de algún modo marcadas y formadas por las prácticas discursivas” (p. 17). En Pelo Malo, la masculinidad se mide de acuerdo al estereotipo del hombre soldado, fuerte, que le gustan las armas, de movimientos rudos, de cabello corto, una estética muy característica de los discursos bélicos y revolucionarios. Sobre este aspecto, Alsina y Borrás (2000), mencionan lo siguiente:
Durante los años sesenta, el cuerpo se convirtió en elemento vehiculador de la lucha política y escaparate de la relación ideológica del Yo con las experiencias vividas. Así, la apariencia de cada individuo se cargó de significado político: las mujeres no utilizaban sujetador ni maquillaje, los afroamericanos luchaban por dignificar el significado del color de su piel, el cuerpo del activista de izquierdas con cabellos largos, pendientes, ropa amplia y conducta relajada era toda una escenografía de la lucha contra las actitudes acomodaticias y a favor de la redefinición de los modelos de masculinidad y feminidad al uso. Para la vanguardia cultural y política del momento el cuerpo del soldado, rígido y erguido, respiraba conformidad y disciplina, y personificaba el modelo de masculinidad tradicional difundido por las estructuras militares (p. 96).
Para una sociedad que pareciera haberse detenido en el tiempo, lo anterior continúa aplicando perfectamente. Retomando a Butler (2002), esta menciona además que “los cuerpos no sólo tienden a indicar un mundo que está más allá de ellos mismos; ese movimiento que supera sus propios límites, un movimiento fronterizo en sí mismo, parece ser imprescindible para establecer lo que los cuerpos «son» (p. 11). En relación a este planteamiento, llama la atención cómo el drama de Pelo malo radica en que Junior se comporta diferente a lo que socialmente se espera de él; a su corta edad, su forma de hablar, su expresión corporal, sus deseos e ideas chocan con los comportamientos que tradicionalmente se le han asignado al género masculino; Junior es un rebelde que se resiste y se empeña en definir su crecimiento según sus propias reglas, lo que provoca la inevitable colisión con su madre, por lo que va aumentando su intolerancia y su fuerza de dominación hacia Junior (Argüelles, 2013).
Marta siente temor por su hijo, por lo que cree que pueda ser y esto la mueve a actuar violentamente, con dureza. En una de las escenas de la película, vemos cómo decide acudir al médico con Junior, pensando que quizá lo de su hijo pueda ser alguna enfermedad. Una atención médica displicente le explica que no hay nada raro con su hijo, que no está enfermo y que lo que quizás deba hacer es mostrarle a sus hijos una presencia masculina ejemplar en el hogar, para que los niños vean cómo es una relación entre un hombre y una mujer.
En un ambiente donde la figura paterna brilla por su ausencia y los personajes masculinos aparecen francamente devaluados, la vida de Junior (…) oscila entre dos figuras femeninas: Marta, que se convierte en el gran obstáculo que le impide al niño lograr su objetivo; y su abuela, que lo apoya y se vuelve su cómplice. Ambas están movidas por el miedo: a la madre le aterra que los gustos de su hijo sean señal inequívoca de homosexualidad. La abuela, en cambio, vive con el temor de que su nieto corra la misma suerte que su hijo, padre de Junior, muerto en forma violenta, por lo que alienta las preferencias estéticas del niño como una manera de alejarlo del prototipo varonil del malandro. La realidad es que la violencia no sólo está afuera, en el barrio, en la calle. La violencia está adentro, en la casa, forma parte del día a día de Junior (…) Está hecha de confrontación, de rechazos e indiferencia cotidianos expresados a través de gestos y miradas. Es una violencia física, sicológica y emocional (Cariani, 2014).
Volviendo al libro de Butler (2002), esta también plantea que el sexo, “no sólo funciona como norma, sino que además es parte de una práctica reguladora que produce los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza reguladora se manifiesta como una especie de poder productivo, el poder de producir -demarcar, circunscribir, diferenciar los cuerpos que controla” (p. 18). Esta norma que regula los cuerpos permea todas y cada una de las capas sociales que habitan los personajes. Tanto en la vida pública como privada, Junior y su madre están expuestos a un poder que los circunscribe. A la madre, porque al ser viuda, desempleada y pobre, debe acudir a favores sexuales con su jefe para recuperar su trabajo; y a Junior, el más desprotegido de todos, porque en la intimidad de su hogar, la madre lo rechaza, ve sus expresiones como una afrenta a lo que “es normal” y, sobre todo, ve una sexualidad que no es la que indicaría su cuerpo de “varón”. Sobre estas relaciones, Rondón comenta:
“Mis personajes encontraron su existencia, pero su libertad individual empezó a chocar contra un contexto social cargado de dogmas, donde lo público se extiende a la vida privada. Se vieron rodeados de referentes que los excluyen. Una iconografía que los alimenta, por un lado, de mesianismo político, y por otro, de certámenes de belleza, reservando para ellos el lugar común, el uniforme, la castración” (Cuadernos de Cinema 23, No.3).
Otro aspecto explorado principalmente por la crítica, ha sido la mirada de los personajes como aspecto central de los conflictos. En el film juega un papel primordial el acto de mirar; “así se dibujan los límites del plano y se marca el pulso y la tensión que se fragua entre madre e hijo” (Argüelles, 2013). De Junior a su madre, las miradas parecieran reclamar silenciosamente un amor y comprensión que ésta no le profesa; las miradas de Marta a Junior manifiestan preocupación, molestia, culpa y rechazo, pues su expresión hacia él siempre es severa, agresiva e impaciente. En un artículo publicado en el blog Cine Divergente, el periodista Manu Argüelles (2013) se refiere a este acto de mirar:
Junior participa en el mundo adulto mediante [las miradas], su acción es introspectiva, siempre sometida, aplacada cuando debe hacer frente a lo impuesto. Es esa distancia que le separa y que le aísla, su expresión de resistencia frente a un entorno del que no quiere formar parte. Porque su existencia está en su fantasía, materializada en la música y en la iconografía artificial de la televisión, el recurso del niño para permanecer ajeno a todo aquello que le resulta sofocante, su refugio frente al entorno hostil con el que tiene que conciliar.
Llama la atención cómo la relación de Junior con el personaje de Mario, el tendero, también está mediada por la mirada del niño hacia él. Este personaje desempeña un importante rol en la cotidianidad de Junior. Es una figura masculina que llama la atención del niño de formas confusas. La primera aparición que tiene el personaje es porque Junior va a buscar fósforos en un acto cotidiano que no despierta sospechas. Luego, el espectador reconoce que al niño le gusta observarlo por la ventana de su apartamento o en las canchas de baloncesto mientras aquel juega. Las visitas por fósforos son recurrentes y pronto nos damos cuenta que el niño no los adquiere porque su madre se los pida, sino para jugar con ellos y convertirlos en pequeñas figuras. A Rondón la interrogaron por las escenas en las que aparece Mario en relación a su papel en la película como movilizador de los afectos de Junior:
Es gracioso porque nos costó elegir el actor entre todos los que jugaban baloncesto. Consultamos a amigos a ver de quién se habrían enamorado a la edad de Junior y así escogimos. Pero eso es una referencia que verá el público gay y yo como directora he querido dar libertad al espectador, hablarle a su alma, para que cada uno vea desde dónde se posiciona y por eso no sabemos si Junior está con él porque le regala los fósforos, porque le gusta o por amor. Además, cada cual debe ver cómo se posiciona ante la historia, saber si quieres al niño, si lo abandonas, si la vives como padre, como madre… cada una debe ver en su interior (Premio Sebastiane, 2013).
Junior es un niño persistente y su problema radica en que habita una sociedad que no lo comprende ni se preocupa por hacerlo. La única persona que pareciera conmoverse por su condición (aunque no desinteresadamente) es su abuela Carmen. Ella, madre de un hijo asesinado por las armas y la violencia hiper-masculinizada de la sociedad venezolana, aprecia en Junior su delicadeza, su deseo de cantar, de peinarse y verse bonito. Lo ve como una manera de sobrevivir a la hostilidad de afuera, de la que los hombres son tanto víctimas como perpetradores. Por un momento, creemos que Junior ha encontrado en su abuela una aliada, alguien que lo comprende en su deseo. Carmen es quien le alisa una parte de su cabello por primera vez; quien le enseña una nueva canción y pasos de baile para que pueda lucir como un cantante, y quien decide confeccionarle su vestido; sin embargo, esta relación pronto se ve fracturada también.
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En una de las escenas hacia el final de la película, cuando Junior se está probando el vestido que usará para la fotografía de la escuela, este le pregunta a su abuela: “¿Y si a mi mamá no le gusta? ¿No está muy largo?”. Junior se mira al espejo y rechaza lo que ve, se quita el traje con desesperación, mientras repite con ira: “Esto es un vestido. Yo no quiero un vestido”. Posterior a este dramático desencuentro, Marta le reclama a Carmen si lo que quiere es volver a Junior “una mariquita”, ante lo que Carmen responde: “Pa´que no te lo maten como al mío (…) ¿Tú sabes por qué va tanto pal abasto? ¿Por qué siempre carga fósforos? (…) Ahora le gusta el pelo liso, después va ser otra cosa… Dámelo a mí y yo lo crío. Tú no puedes hacer nada. Él es así, eso no se quita”. En esta secuencia es en donde se evidencia que el final no podrá ser satisfactorio para Junior. Las mujeres negocian el niño de acuerdo a los intereses de cada una. Carme le ofrece a Marta dinero a cambio de dejarle criar a Junior, ante lo que la madre, parece dudar preguntándole: “¿Cuánto me darías?”.
Los últimos minutos de la película se evidencian crueles y desesperanzadores. Marta retorna a casa, después de una jornada laboral en el trabajo que pudo recuperar por los favores sexuales intercambiados con su jefe. Junior duerme en el sofá y pronto descubre a su madre en la cocina. Esta sale con un plato de comida y lo pone encima de la mesa. Junior se sorprende, sonríe y empieza a comer. Mientras esto sucede, Marta comienza a guardar la ropa de Junior en una maleta y le dice que se irá a vivir con su abuela. El niño, sin entender lo que ocurre, trata de detenerla con angustia y dice: “No, mamá, yo no quiero ir para donde mi abuela (…) Te prometo que yo no canto más”. Marta no reacciona a las palabras del niño y continúa guardando la ropa. Junior desesperado le pregunta: “¿Y si me corto el pelo?”. Marta saca una afeitadora automática de su cartera y la pone en la mesa. Junior hace silencio. Mira la máquina, y le pregunta: ¿Y cuándo me vuelva a crecer? Marta niega con la cabeza, a lo que Junior le responde: “No te quiero”. La madre responde: “Yo tampoco”. En este momento se hace un gran silencio. Junior acerca la máquina a su cabeza y empieza a cortarse el pelo. Marta lo observa, mientras el cabello desaparece de la cabeza del niño.
La última imagen que vemos del film es un plano general del patio escolar. Observamos algunos rostros de niños y niñas cantando el himno nacional de Venezuela. La cámara se mueve lentamente y entre la multitud, nos revela a Junior en una de las filas. Mientras todos cantan, él permanece en silencio, con su cabeza rapada. Junior, por agradar a su madre, renunció a su deseo; Marta, por la insistencia en reafirmar la identidad de “varón” de su hijo haciendo un acto tan aparentemente inocuo como cortarle el pelo, le reprime, mata su deseo y le niega su libertad de ser (Cariani, 2014).
En Pelo Malo surge entonces una angustiante paradoja de la realidad social: la discriminación que pueden ejercer aquellos que también son discriminados. Es una historia de aprendizaje, de sometimiento, de una inocencia usurpada; de la distrofia de los géneros y como estos se escriben en el cuerpo de los personajes, desde los extremos violentos y patológicos de la madre, hasta el cuestionamiento de las instancias reguladoras desde la vida imaginaria y deseada de un niño que debe aprender con virulenta dureza lo que significa ser hombre (Argüelles, 2013).
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Referencias
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Calvo, A. (2014). Entrevista a Mariana Rondón, directora de ‘Pelo Malo’. España: Sensacine. Recuperado de: http://www.sensacine.com/noticias/cine/noticia-18517430/
Cariani, A. (2014). La fuerza de lo íntimo en Pelo Malo. Venezuela: Zonalibre Digital. Recuperado de: https://zonalibredigital.wordpress.com/2014/04/22/la-fuerza-de-lo-intimo-en-pelo-malo-por-alexandra-cariani/
Civale, C. (2013). Conchudas. Argentina: Diario Página 12. Recuperado de: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8356-2013-10-06.html
Duno-Gottberg, L. (2008) (Ed.). Miradas al margen: Cine y subalternidad en América Latina y el Caribe. Presentación. Pág. IX. Caracas: Fundación Cinemateca Nacional.
Gamba, P. (2014). El juego de la identidad. El espectador imaginario. Recuperado de: http://www.elespectadorimaginario.com/pelo-malo/
García, R. Belinchón, G. (2013). “Chávez nos sentenció a la guerra”. España: El País. Recuperado de: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/28/actualidad/1380390514_383994.html
FORCINITO, A. (2008). Mirada, género y marginalidad: El cine argentino a través de María Luisa Bemberg, Lucrecia Martel y María Victoria Menis. En L.
Duno-Gottberg (Ed.): Miradas al margen: Cine y subalternidad en América Latina y el Caribe (pp. 37-69). Caracas: Fundación Cinemateca Nacional.
Los cuadernos de Cinema 23. (2015). Pelo Malo, Mariana Rondón. Guión Número 3. La Internacional Cinematográfica, Iberocine, A.C. México.
Martin, E. (2015). «Pelo malo», una crítica al racismo y la violencia. Recuperado de: http://co.celebridades.qa1p.global.media.yahoo.com/blogs/lo-que-te-perdiste/-pelo-malo—una-cr%C3%ADtica-al-racismo-y-la-violencia-185744945.html
Premio Sebastiane. (2013) Entrevista Mariana Rondón (PELO MALO). España: el Festival de Cine de San Sebastián. Recuperado de: http://premiosebastiane.com/2013/09/24/entrevista-mariana-rondon-pelo-malo/
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1 Se encuentra realizando su tesis de doctorado sobre violencia simbólica de género en el cine latinoamericano, para el programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) 2 Término usado para referirse a las reinas de belleza.