Por Ana María Ortíz Moreno
[textmarker color=»F76B00″ type=»background color»]RESEÑA[/textmarker]

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En la búsqueda por una estética muy definida, en gran parte por el trabajo del tratamiento sonoro y el destilado y sobrio diseño de producción, la película Yo y las Bestias (2021) del director Nico Manzano, nos presenta, en su ópera prima, una Venezuela desconocida. Tallin Black Nights y el Festival de Cine de Mar de Plata tuvieron la obra en sus pantallas antes de su estreno nacional en el FICCI del 2022. En medio de la tensionante atmósfera de una situación política convulsa, Andrés Bravo, un joven químico, diluye sus esfuerzos entre su trabajo en un laboratorio y su vida de pequeño burgués en casa de su madre. Luego de abandonar su banda de rock alternativo, la intromisión onírica de unas musas amarillas y con rostro de cortina, las Bestias, parecen ofrecerle un cambio de suerte volviéndose sus aliados para lograr el sueño de tener un proyecto musical. Andrés persigue un cambio para el destino al que se ve condenado; en medio del éxodo masivo él ha decidido quedarse en su país natal; su éxito parece un espejismo. Nico Manzano, presenta así, una búsqueda estética latente, que presenta con valentía su interés musical y la articulación que claramente le interesa explorar con la narrativa y la propuesta visual. Se tratan de decisiones que hacen que está película conmueva el sentir de toda una generación latinoamericana de jóvenes que se pueden identificar con el protagonista.

A través de la película se nos presenta de manera tangencial las sensibilidades de una sociedad quebrantada. Entre lo absurdo y lo cómico que se transmite a través de la situación creativa de Andrés con las bestias, únicas acompañantes en su arduo propósito, la realidad de Venezuela se entrevé cuando algunos elementos cruzan la narrativa con sutiles pinceladas y nos sacan del mundo interno del protagonista. Entre algunos de esos elementos narrativos está un festival propagandístico organizado por el gobierno, al que Andrés se opone asistir y es la razón por la que decide abandonar a Los pijamistas; su banda, que ya cuenta con un relativo recorrido y parece estar logrando fama. Así mismo, vemos los altos costos y el infructífero esfuerzo por reparar un disco duro dañado, donde está todo su proyecto, que no cuenta con copia de respaldo. Vemos también, el mercado que debe dejar como soborno después del encuentro con un retén de policías, que pretenden apropiarse de la guitarra de Andrés para reservarla a uno de los oficiales que resulta guitarrista clásico. Andrés habita la realidad de un país colapsado, del que tenemos un cierto referente, por lo que recibimos en medios de comunicación y los cientos de relatos de las personas migrantes provenientes de Venezuela que han llegado a todos los países suramericanos.

Yo y las Bestias se hace una película necesaria para entender la situación prolongada de aislamiento del país del director, desde una mirada interna, que, con un tono desenfadado, dota magistralmente de liviandad lo que sabemos, ya parece solidificado y confuso. Con una historia sencilla, habla firmemente de las realidades sociales que sabemos, tienen una complejidad de violencia pulsante en todo su contexto.

La mirada de Manzano pareciera ser cercana a la de su protagonista, entregando con talento y sinceridad una película altamente lúcida, siendo una ópera prima creada con habilidad y destreza cinematográfica que une la trayectoria musical del director, con una narrativa indi latinoamericana. Así mismo, podría ser la primera pieza de un género que definiría como una resistencia videoclipera. Pese a lo convulso del contexto, la película no es apolítica, al contrario. En su afán de escapar de la denuncia directa, termina conteniendo, con una fuerza muy rebelde, el punto de vista crítico y propositivo de la mirada del director.

La metáfora de «las Bestias» que sella el título, queda ambigua e irresuelta. Pese a que todo el material gráfico y la película misma en su trama principal nos sugiere que es una referencia directa a los seres surrealistas que aparecen y desaparecen como emisarios de otro planeta, puede que haya una sugerencia implícita en el subtexto. Nos preguntamos también si estos personajes no tienen una elaboración que codifica una forma de anticensura. El director pudo haber hallado una forma aguda para evadir el entendimiento de esas bestias de escritorio que siempre han estado presentes en todo régimen totalitario: comités de censura o perseguidores, y que están acompañados de todas otras bestias del sistema opresor. Bestias a las que cualquier realizador independiente y crítico, debiese estratégicamente evadir. Solo abrimos la pregunta.

En todo caso, la película se hace fresca y necesaria, ya que esa mirada especial de Nico Manzano está ubicada en otro lugar de narración diferente al de los medios masivos o el relato común de venezolanas y venezolanos sobre la problemática que los llevó al exilio en los últimos años. Es la historia de un joven con un sueño paralelo, extraño al de la mayoría de sus amigos que buscan salir del país; una película que quizá puede ser una quijotada latinoamericana contemporánea y que da cuenta de la dificultad de hacer arte en Venezuela pese a estar rodeado de las bestias.